lunes, 15 de agosto de 2011

Proyecto posrevolucionario las bases del estado moderno

La educación es una actividad social que ha permitido preservar la cultura, asimilar y desarrollar la ciencia, ampliar el estado de las artes, afianzar la libertad y socializar al individuo. El intento por transformar la sociedad a partir de la educación que tuvo lugar en el imperio español, tanto en América como en la Península, data del Siglo de las Luces, bajo la dinastía de los Borbones. La enseñanza, como instrumento de un proyecto social, tenía una intención utilitaria: reintegrar a España al desarrollo mundial y recuperar la grandeza imperial. Lograr estos objetivos exigía, entre otras cosas, incrementar el conocimiento técnico-científico del pueblo hispano. Sin embargo, circunstancias de diversa índole propiciaron el fracaso del esfuerzo educativo realizado por el régimen borbónico para modernizar la metrópoli a partir de una nueva lógica de desarrollo, donde la educación desempeñaría un papel primordial. En el transcurso del siglo XIX la educación cambió el sentido de la ciencia y la técnica, y transformó las condiciones de desarrollo de los mercados y la vida en el presente siglo, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial. Es decir, sin instituciones que hagan de la enseñanza un instrumento para el avance científico y tecnológico resulta imposible plantear el progreso social e integral de las colectividades. Por lo tanto, la educación tiene un sentido fundamental.
Nuestra condición de atraso económico, el cual se manifiesta en la escasez de recursos humanos calificados y el bajo desarrollo cultural de nuestros pueblos, obliga a regresar al pasado para encontrar en los orígenes un sentido de utilidad social a la educación. Esto debe permitirnos reintegrarle su función como instrumento de movilidad social en favor del bienestar de la amplia mayoría de los mexicanos. En esta empresa, la construcción de un modelo educativo deberá remontar las inercias de la masificación. Este fenómeno, al afectar negativamente el proceso educativo, ha propiciado que disminuya en gran medida la capacidad de los educadores en cada nivel de enseñanza para transmitir conocimientos; asimismo, ha propiciado que funcionarios sin vocación de servicio ocupen posiciones directivas y que aún exista un alto índice de población analfabeta.
El propósito de esta sección consiste en recuperar históricamente las herramientas teóricas que guiaron los esfuerzos educativos realizados en el país desde que culminó la fase armada de nuestra Revolución. Lucha que hombres y mujeres realizaron por transformar, a partir de la enseñanza de la lectura y la escritura, a este México "florido y espinoso"; surgiendo desde entonces diversas concepciones educativas, algunas de las cuales se han desarrollado con amplitud.
A partir de la consideración que en México la educación siempre ha desempeñado un papel sustancial en favor del desarrollo de su sociedad, se ha realizado en este capítulo un somero análisis de las tendencias educativas del México posrevolucionario. La finalidad no es de manera alguna evaluar estrictamente si constituyeron o no filosofías educativas, sino comprender los propósitos de las acciones desarrolladas por el Estado en materia de educación en la presente centuria.
La razón por la que se aborda este tema a partir de los años 1920 y no antes obedece fundamentalmente a que a lo largo del siglo XIX la tendencia liberal-positivista, con todo el impulso que dio a la estructura educativa de la época, no ofrecía los elementos suficientes para acercarse a lo que es una filosofía de la educación. No fue sino hasta Vasconcelos que los esfuerzos por conceptualizar y eslabonar coherentemente entre sí una visión del mundo y del hombre, un conjunto de valores, una teoría del conocimiento y una teoría educativa empezaron a estar muy cerca de formar una verdadera filosofía educativa lógicamente concatenada.
La estructura de este capítulo está integrada por siete apartados. A lo largo de los seis primeros, se pretende exponer las grandes tendencias de la educación nacional expresadas en las últimas siete décadas por José Vasconcelos, Moisés Sáenz, Narciso Bassols, Lázaro Cárdenas, Jaime Torres Bodet y Jesús Reyes Heroles, en cuyo pensamiento fue construida la base del sistema educativo a nivel básico en México a lo largo del presente siglo.

1. La cruzada vasconcelista. La educación como recurso fundamental para alcanzar la identidad nacional


José Vasconcelos, quien desde su infancia se caracterizó por su intensidad por vivir, cuestionó, enfrentó y derrumbó, ya en su juventud, a la llamada "Generación del Centenario", que impulsaba el gradualismo positivista y el racionalismo. Esta inquietud la compartía con la "Generación del 15", de la que posteriormente se distanció al disentir sobre los ritmos que debía guardar el cambio social y los actores que debían protagonizarlo.
Vasconcelos estaba convencido de que la educación constituía un elemento de liberación humana y que, a su vez, generaba la libertad de creencias. Pluralista por convicción, cualquier pensamiento monolítico le resultaba reduccionista; hiperactivo, concebía al individuo propenso a la acción y, por lo tanto, como un ente que no requería de estímulos externos utilitaristas para actuar. A partir de estas consideraciones, para Vasconcelos educar significaba enseñar los valores humanos con los cuales la actividad conduce a la superación. Su proyecto educativo rescataba al pueblo de la inacción intelectual, generada a lo largo de los años de humillación en los que habían sido obligados a no actuar, y lo redimía permitiéndole aumentar su confianza e identidad, mediante el orden y la disciplina.
El planteamiento vasconcelista fue de carácter universal, porque confrontaba y conciliaba a nuestra Nación con el mundo a partir de su concepción iberoamericana. Como muchos de nuestros intelectuales, Vasconcelos fue amante del libre pensamiento, sabía que a partir del libre ejercicio intelectual se recuperarían nuestras raíces y se descubriría la esencia de nuestra identidad nacional. Para él, la fuerza del país estaba en su origen y no en sus afanes guerreristas, en la cultura y no en las armas, consideraba que la nación se asemejaba más a una roca que a un aerolito.
La educación debía fomentar los vínculos sociales, en tanto instrumento que fortaleciera la solidaridad entre los mexicanos; vería a la industrialización sólo como un medio para promover el bienestar; haría de la ciencia, la cultura y la tecnología una herramienta para consolidar la Nación; aumentaría los conocimientos geográficos, antropológicos y la complejidad social del país para acrecentar con ello la conciencia sobre la importancia de la identidad nacional. Había que mexicanizar el saber y aprender a ver el mundo desde una perspectiva propia de los mexicanos.
La escuela como resumen de la humanidad era, para Vasconcelos, la instancia donde la educación se orientaba hacia el saber, no tanto para descubrir y ascender al poder, sino un instrumento para que el hombre lo pudiera hacer. Alcanzar esta meta era posible gracias a que el conocimiento es la conciencia del ser, cada generación se levantaba en los hombros del conocimiento que le aporta la generación anterior y el saber enriquecía conciencias. Sin embargo, lograr esta síntesis humana no podía improvisarse, el niño debía aprender con disciplina e imaginación a partir del conocimiento de las grandes preocupaciones sociales de la humanidad.
La labor institucional de Vasconcelos, impulsada con el establecimiento de la Secretaría de Educación Pública (SEP), concentró los esfuerzos educativos de la Revolución y les dio una orientación reconstructora. La educación debía ir a los marginados, estar guiada por preocupaciones democráticas. Su deber ser consistía en formar hombres con confianza en sí mismos, que emplearan su energía sobrante en el bien de los demás. Para la visión vasconcelista, la pobreza y la ignorancia son los mayores enemigos del progreso, resolverlos precisaba de la educación para subsanar tan grandes males.
Por ello, en un país caracterizado por su heterogeneidad social, la educación debía construir, promover y difundir una identidad tejida con el contacto entre España y la América precolombina. Para nuestro "Ulises Criollo", el mestizaje era la esencia de la hispanidad hasta en la misma España que, por cierto, nunca fue un país monoétnico sino de múltiples razas, aunque por mucho tiempo no llegase a ser aceptada esta pluralidad.
Para Vasconcelos la educación no era sólo una ciencia, había que sumarle un carácter normativo, de ahí sus semejanzas con la ética o la política. Al igual que éstas, consideraba que exigía una relación racional entre fines y medios para alcanzarlos, un vínculo entre el ideal y su consecución.
El objetivo final del sistema educativo de Vasconcelos radicaba en transformar la realidad en todas sus manifestaciones. Para ello, era necesario combatir la opresión que durante siglos había pesado sobre el mexicano porque le impedía cristalizar sus esfuerzos en favor de la actividad productiva e imaginativa, hacia un uso placentero de su ocio que evitara su hundimiento en la pereza.
La escuela bajo la concepción vasconcelista, guiada por valores de equidad y de distribución de la riqueza, era un instrumento de liberación humana para todos y no como prerrogativa exclusiva de una minoría. Con esta convicción el ministro de Educación pugnaba por vincular el plantel escolar con la vida; promover desde este sitio el desarrollo pleno de la población; en fin, esta institución educativa era el centro del desarrollo cultural de una sociedad en busca de su integración como Nación.
La visión de Vasconcelos se fundamentaba en una cosmovisión universal de la naturaleza humana y en una teoría educativa normativa amparada en una concepción plural en el conocimiento como instrumento y no como un fin para la satisfacción de las necesidades humanas.
Para Vasconcelos, era imperativo alimentar la identidad nacional del México revolucionario, para hacerlo democrático e hispanoamericano. Por eso, la SEP no fue concebida como una instancia burocrática más, sino como la correa de transmisión entre una sociedad y una forma de Estado que tenían en ese momento la oportunidad de reconstruirse o inventarse.
Como titular de este ministerio, Vasconcelos se caracterizó por la prisa para educar (quizá desde entonces data el estigma por hacer las cosas rápido en materia educativa). Para ello, movió a la sociedad a partir de la recuperación de nuestro pasado y de la historia universal; hizo de cada maestro un misionero cultural, un apóstol de la nueva palabra educativa, un protagonista de la integración nacional del país que, en la práctica, conocía y sembraba la semilla de una nueva conciencia nacional.
En resumen la importancia del proyecto vasconcelista estriba en su concepción de que la educación debe consolidar a la Nación, incrementar los lazos de solidaridad entre los mexicanos. Si bien en México ha prevalecido una injusta distribución de la riqueza y del ingreso, resultaba más lastimoso y lamentable que existiera una exagerada concentración del conocimiento en unas cuantas cabezas. Así, con la educación como herramienta, Vasconcelos y sus contemporáneos sentarían las bases para el desarrollo ulterior del México revolucionario.

2. La escuela social de Moisés Sáenz: entre el humanismo vasconcelista y la educación socialista


Si para Vasconcelos la escuela nos redimía como humanidad, para Moisés Sáenz, subsecretario de Manuel Puig Casauranc, significaba la actividad que nos preparaba para la vida. A partir de esta concepción surgió y se desarrolló la escuela rural en la historia educativa del país. Esta fue una de las aportaciones y realidades más sugestivas cuya paternidad responde a Sáenz.
Moisés Sáenz recuperó las lecciones de su maestro John Dewey sobre la escuela activa y multiplicó tiempos para construir obras que aún perduran en el presente. Entre ellas, la fisonomía que le imprimió a la antropología social y la escuela rural experimental, aunque, hasta hace pocos años, estuvieron sujetas a una mínima atención por parte de los estudiosos de la educación. De la primera, quizá el peso que guardan otros dos grandes, Manuel Gamio y Alfonso Reyes opacaron, en el tiempo, la personalidad protestante del regiomontano Sáenz; de la segunda, probablemente el empeño por sobrevalorar los alcances de la educación socialista ensombreció las bondades de la educación social pregonada y practicada por su principal impulsor.
Para Sáenz la educación se enfrentaba al gran reto de incorporar al indígena a la vida nacional sin destruir o violentar su cultura. Se pretendía revalorar nuestro pasado sin desdeñar el mundo occidental, un Occidente diferente al de Vasconcelos que no terminaba en la Europa continental, particularmente en Iberoamérica, sino que tenía una frontera más amplia.
Asimismo, Sáenz buscaba la integración indígena a partir de la identidad nacional, aunque el medio para lograrla no era la recuperación de los valores profundos de la humanidad. Se partía de un modelo que el subsecretario de Educación construyó y desarrolló, fundamentado en la práctica de principios elementales de solidaridad. En consecuencia, la mexicanidad tenía como base la tradición prehispánica y la continuidad cultural que había nacido a partir de la confrontación con Occidente: ese era nuestro camino.
El proyecto educativo, en tanto identidad, debía romper primero las trabas de la escisión interna y desde ahí buscar nuestro significado externo. Integrar al indígena al proyecto nacional, significaba incorporar la civilización a nuestra cultura y no al contrario. Es decir, dejar absorber a nuestra población india y mestiza marginada por los mecanismos perversos de la vida económica en la civilización.
A partir de esta percepción, Sáenz fue más allá de la mera atención a la educación rural, cuyo concepto adquirió dimensiones muy amplias. Con él tomaron fuerza las escuelas de pintura al aire libre, la protección de las artesanías y los oficios, y los museos regionales. Su impulso a la investigación antropológica nos lleva a considerarlo como el sociólogo de la educación de la Revolución, aunque guardada la debida distancia de la condición filosófica que fundamentó la cruzada vasconcelista.
El México posrevolucionario está integrado por muchos Méxicos y en la tarea de identificarlos, la educación ha sido a lo largo del tiempo el instrumento que promueve la solidaridad entre ellos. Socializar para articular y conjugar nuestra heterogeneidad. Esta es la razón por la cual se explica que los valores humanos sean un fin mediato, y el compromiso educativo esté vinculado con las cuestiones de la vida cotidiana: salud, economía y ambiente. Para Sáenz, el desarrollo de la comunidad rural era la tarea primordial. Durante más de diez años de labor institucional creó escuelas activas donde experimentó la viabilidad de su proyecto y formó equipos que realizaban un amplio trabajo de campo para conocer directamente la realidad que se pretendía transformar.
Su carácter pragmático llevó a Sáenz a considerar el quehacer educativo como un proyecto de ingeniería. El México de ese entonces era un país de pobres comunicaciones y; en esas condiciones, incorporar al indio implicaba una labor de zapapico y de pala, ya que el asfalto, el camino real y la vereda sintetizaban a los diferentes méxicos, ilustraban su heterogeneidad social. El esfuerzo por incorporar al indígena se dificultaba por un problema fisiográfico. El indígena es un ser que se desenvuelve en poblaciones aisladas y, por ende, responde a un individualismo acendrado para defenderse de una civilización que lo acecha en lo económico y cultural. Para Sáenz, la asimilación del indio exigía altos esfuerzos de solidaridad y comunicación entre los hombres y las instituciones. Había que ir al campo para sembrar una semilla: la escuela comunitaria, alma de la mexicanidad, trinchera que vencería la atomización social al conjuntarlo. En tal sentido, la Revolución era la síntesis social que impulsaba, bajo nuevos valores, la unidad entre todos los mexicanos sin dejar fuera alguno de sus segmentos.
Sáenz pensaba en el indio y en el mexicano dentro de una acepción amplia. Consideraba que el hombre estaba dotado de inteligencia para realizar el cambio, para ser industrioso y generar así su autosuficiencia. Dentro de esta visión, la educación encerraba un papel sustancial en tanto instrumento para combatir la desintegración social, que debía conducir al conocimiento para el cambio. La educación tenía un carácter instrumental, el hombre más que un teórico era un experimentador.
La visión de Sáenz, con las reticencias propias que el protestantismo ha causado en el país, alternaba, por lo menos en el discurso educativo, con la visión humanista de Vasconcelos. Sin embargo, Sáenz también era pluralista, y más abierto que Vasconcelos. Creía en la bondad, inteligencia y diligencia del mexicano, bastaba orientar estas cualidades en su beneficio y el de la sociedad. Enseñar para modificar el ambiente ecológico y social inmediato al hombre.
De ahí que su filosofía educativa encontraba fundamento en la utilidad y su teoría de la educación estuviera dominada por la socialización. Concebía la enseñanza como un instrumento de ayuda indispensable para la conservación de la vida y la buena salud; para dominar el medio en beneficio del hombre y su comunidad. Con base en la experimentación cotidiana, el ser humano incrementaría su creatividad.
Moisés Sáenz se distinguió por ser un pensador pragmático, a todo lo que le rodeaba buscaba encontrarle el sentido de utilidad; su visión educativa tenía como preocupación la integración social de México sin dejar de respetar lo que tenían de singular sus partes. En esta tarea, llegó a darle un estilo al nacionalismo mexicano contemporáneo. En suma, Moisés Sáenz fue un promotor incansable en la construcción de una escuela vital, de una entidad que contribuyera al desarrollo de la organización social de México, donde el maestro fuera el centro de la vida comunitaria, una figura educativa sin la utopía y el apostolado vasconceliano, simplemente un impulsor social de los valores más nobles que se desprendían de nuestra Revolución.

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